lunes, 10 de agosto de 2015

Universitarios "a la bolognesa"

Por más que uno piense y reflexione sobre nuestro modelo educativo del EEES (Espacio Europeo de Educación Superior), lo más que puede acabar pensando es que, a día de hoy, los universitarios se "cocinan" a "la bolognesa" y, como segundo ingrediente de esta infalible receta para la mejora calificativa de los egresados, no podía faltar el inglés. Lo primero que se necesita para este brebaje mágico que, hipotéticamente, acabará (o ha acabado) con los hábitos holgazanes de aquellos que se "cocinaron" en las licenciaturas, es una buena dosis de práctica, muchos trabajos y prácticas, dentro y fuera del aula, para que el resultado final sean unos universitarios que derrochen entusiasmo por su trabajo y solo sueñen, cada día de su vida, con trabajar, trabajar y trabajar. ¿Qué es eso del pensamiento crítico? Ni se sabe. Lo que interesa es producir muchos "universitarios a la bolognesa", que además dominen bien el inglés y, sobre todo, sean trabajadores altamente cualificados... para acabar "fregando" bajo el yugo de sus progenitores, la alegre generación de nuestros padres que tanto luchó por una democracia y la futura facilidad de acceso a los estudios de sus descendientes. Pero, contradicciones aparte, lejos de irme por los cerros de Úbeda ¿en serio? ¿no nos habremos pasado echando demasiado inglés a la salsa italiana más famosa de todos los tiempos? Yo respondería, indudablemente, que sí, pero no ahora, sino que ya llevamos alrededor de una década pasándonos veintemil pueblos, desde que a los españoles nos dio con los idiomas. Los licenciados nunca necesitaron del inglés y no se contemplaba como obligatorio en su plan de estudios para obtener el título, pero quizás poseyeran otros ingredientes que a los graduados nos faltan.



Los actuales Grados en poco se pueden comparar con las antiguas licenciaturas, y con "compararse" me refiero a nivel de formación curricular: la abreviación de contenidos y los excesivos recortes de materia didáctica han acabado debilitando la educación superior, hasta el punto de equipararse a los institutos, quedándose en una adquisición de conocimientos bastante superfluos, lo que se compensa con el máster, equivalente a un 5º de licenciatura y que contempla la especialización del estudiante, ocasionando que el grado académico se devalúe, pues la mayoría de las veces cuatro años serán insuficientes para desempeñar profesiones regladas (¡y no digamos ya las no regladas!). Sin embargo, en muchos otros aspectos siguen siendo similares, por mucho que nos empeñemos en llamar a las asignaturas "créditos". Por ejemplo, la antigua llamada "memoria de licenciatura" se puede asimilar hoy en día al "trabajo Fin de Grado" (TFG), pero a diferencia de éste, prácticamente su desarrollo temático era el de una tesina, y de hecho, posteriormente se accedía al doctorado, así como su calidad y extensión, que denotaban ya la calidad de un investigador. Todavía no puedo entender que se considere un obstáculo que alarga la carrera académica un año más cuando también la memoria de licenciatura fue requisito sine qua non.

En cuanto a la formación integral, dependiendo del caso, nos encontramos con algunas vagas nociones de aquel extinto plan de estudios: "entonces corregíamos montañas de trabajos", comentó un día uno de mis profesores en clase, lo cual no dista mucho de lo que sufrimos algunos ahora, que tenemos que escribir trabajos de 20 páginas en dos meses y sin conocer apenas la metodología apropiada para desarrollarlos. Tan sólo nos informan escuetamente, y en conjunto con la materia del curso, que "este tipo de fuente documental informa de... X cosa" o "sabemos de este hecho por X documento o X libro escrito en Y año del siglo Z". Un día, mientras buscaba entretenerme en la biblioteca de mi universidad, encontré un artículo de apenas 6 o 7 páginas que había sido redactado por una profesora que conozco y que se licenció en 1985. Pertenecía ya a su época de posgrado. Lo que me sorprendió fue que, casi con nuestra misma edad, ya supiera la utilidad que tenían determinadas fuentes documentales para desarrollar problemáticas históricas, que supiera citarlas sin errores y que no hubiera necesitado escribir un trabajo tan largo para ser publicado en las actas de un congreso. Por su estilo de redacción, se podía comprobar que el nivel de madurez era semejante, por cuanto las notas a pie de página evidenciaban complejidad y se citaban completas, sin abreviaturas de ningún tipo. Generalmente los estudiantes tendemos a completar las citas y ponerlas igual que en el apartado de bibliografía, para no complicarnos. ¿Qué quiere decir todo esto? Que las propias carreras universitarias mantienen una estructura "feudal" (no voy a entrar en detalles) con planteamientos de trasfondo capitalista: no interesa formar mentes críticas, sino "empleados", no "empleadores", por decirlo de algún modo, y para ser más exactos, formar "empleados" incapaces de escalar para convertirse en "empleadores". El objetivo es fabricar, producir "productividad", valga la redundancia. Conocimientos rápidos y muy básicos, trabajadores que hagan más y piensen menos y que, para colmo, dejen de hablar español in order to speak a perfect English.

Bolonia no vino a suprimir esos "grandes males" o defectos de las licenciaturas, porque no fueron tales como los que pudo haber engendrado desde 2009. Olvidémonos ya de que los licenciados podían ir al examen y saltarse las clases, que de eso también se abusa ahora en las aulas, porque el profesor no pedía firma ni lista (como mucho, algún control en 1º o 2º de carrera). Fue el tránsito hacia una educación superior más mercantilizada encubierta con aires de modernidad, con la lengua inglesa como colofón del proyecto, que parece que pretende suplir las carencias de una formación universitaria en constante declive, cuyos artífices planificaron para evitar que otros ascendieran a los puestos de prioridad y lo modificasen, orientada a un sistema económico azotado por la crisis, diferente del que dio origen a las licenciaturas. Todos los planes de estudios han tenido sus ventajas y sus incenvenientes, pero el inglés no puede constituir la receta milagrosa de este "cocido". En muchos foros y webs se reflexionó acerca del requisito lingüístico e incluso la gente votaba si era necesario acreditar el nivel de inglés correspondiente para graduarse. Aproximadamente la mitad de los internaturas de estos foros online respondieron afirmativamente, mientras otro porcentaje similar argumentó lo contrario: el inglés no puede garantizar que un cirujano mediocre opere bien y no se equivoque, sino que, antes bien, un médico debe saber antes que nada de medicina, y de lo otro después. En todo caso, lo que ha venido a suponer Bolonia es un escollo en la vida académica de muchos estudiantes, que ven imposible la acreditación en lengua inglesa en solo cuatro años, mientras nuestra lengua, el castellano, que es una de las más habladas del mundo, sigue en retroceso cultural al no valorarse la capacidad de comunicación y de transmisión de conocimientos en la propia lengua, que es lo básico para poder desenvolverse mínimamente en el país, para poder empezar una carrera universitaria y seguirla día a día, porque el bilingüismo se queda atrás en la ESO. La sociedad busca trabajadores eficientes, no pensadores brillantes.

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