lunes, 30 de noviembre de 2015

"La violencia contra la mujer en la historia"

Los actos violentos han estado presentes en el comportamiento del ser humano desde épocas muy primitivas, pues todo parece indicar que la violencia es un instinto de los hombres; en toco caso, bajo ningún concepto la violencia se debe justificar ni permitir. Todas las culturas del mundo han estado involucradas en algún enfrentamiento bélico, provocado por ideologías políticas o religiosas. Los griegos, romanos, celtas, cretenses, vikingos y otros antiguos pueblos europeos, realizaron sacrificios humanos.

La civilización griega desde sus raíces se vio envuelta en una vorágine de violencia social representada por guerras, revueltas políticas, tiranías, genocidios e incluso por catástrofes naturales, que dieron alimento permanente a su panteón de dioses. Es célebre el caso de Agamenón, rey de Esparta, que antes de partir para la guerra de Troya decide sacrificar a su hija, Ifigenia, para obtener vientos favorables de los dioses. En  lo que se refiere a la civilización romana, se caracterizó por una historia extremadamente violenta y sus pensadores elaboraron un cuerpo legal para preservar el orden y los derechos de los ciudadanos y los privilegios de las clases dominantes. Roma prohibió los sacrificios humanos en el 97 a.C, pero los frecuentes espectáculos de gladiadores en los coliseos constituyen una variante de los sacrificios humanos. En los mitos greco-romanos abundan los personajes violentos, dioses y hombres que conviven y realizan todo tipo de acciones execrables. En la Biblia encontramos numerosas referencias a actos de violencia y a sacrificios de hombres y de animales con motivos religiosos. Se alude a la intención de sacrificar niños en honor a  Yahvé y a apedrear a mujeres que no llegaban vírgenes al matrimonio o que eran sorprendidas en adulterio.


En ese contexto histórico de predominio de la violencia se inserta el maltrato contra las mujeres, que no es un fenómeno moderno, sino que tiene lejanos precedentes. En efecto, ya en el mundo greco-romano encontramos referencias de mujeres maltratadas en el ámbito doméstico y, con seguridad, existieron muchos más casos de los que están atestiguados. La mitología está llena de dioses que violan, raptan o matan  a sus mujeres para satisfacer sus deseos o para obtener beneficios de otras divinidades. El soberano de todos los dioses, el gran Zeus, amenazaba con darle una paliza a su esposa Hera por estar celosa y por intervenir y cambiar sus planes, ante la mirada impotente de su hijo Hefesto. Como ser inferior, voluble y frágil, la mujer ha estado sometida a la voluntad del hombre y ha sido objeto de su ira cuando se rebelaba.


En el ámbito del derecho romano, la mujer era una eterna menor, debido a su debilidad congénita (imbecillitas sexus), y a los límites de su capacidad intelectual, que la impedía participar en la vida pública, hacer testamento, ejercer la patria potestad, adoptar, etc. La obligación de fidelidad conyugal afectaba solamente a las mujeres y, en caso de adulterio, la esposa podía ser asesinada por su padre o por  su marido, sin graves consecuencias penales para ellos. Un acceso de ira del esposo podía desembocar en una paliza sobre su mujer, con consecuencias a veces trágicas para ella. Para ser declarado inocente bastaba con hacerse con un buen abogado.





En el Antiguo Testamento encontramos frecuentes relatos de la violencia ejercida contra las mujeres, sobre todo violaciones, incesto, esclavitud sexual, botines de guerra, etc. "Cuando Tamar se acercó a Amnón para que comiera, él enseguida se agarró de ella y le dijo "Ven, acuéstate conmigo, hermana mía". Sin embargo, ella le dijo: "¡No, hermano mío! No me humilles, pues no suele hacerse así en Israel. No hagas esta locura deshonrosa. Y yo... ¿a dónde haré ir mi oprobio?..." Y él no consintió en escuchar su voz, sino que usó fuerza superior a la de ella y la humilló y se acostó con ella. Y Amnón empezó a odiarla con un odio sumamente grande, porque el odio con que la odió fue mayor que el amor con que la había amado, de modo que Amnón le dijo: "¡Levántate, vete!". Ante esto, ella le dijo: "¡No, hermano mío; porque esta maldad de enviarme es mayor que la otra que has hecho conmigo". Y él no consintió en escucharla. Con eso, él llamó a su servidor que lo atendía y dijo: "Envía esta persona de junto a mí, por favor, afuera, y echa el cerrojo a la puerta tras ella" (2 Samuel, 13).


En el Nuevo Testamento se produce un ligero cambio con respecto a la situación de las mujeres, debido sobre todo a la actitud de Jesús reflejada en los Evangelios. El fundador del cristianismo no manifiesta ninguna actitud sexista y habla indistintamente con hombres y mujeres, sin prejuicios de tipo sexual. La consciencia de una desigualdad de trato entre hombres y mujeres por parte de la sociedad judía y greco-romana aparece reflejada en un mensaje de Jesús que Pablo reproduce en su epístola a los Gálatas: "De ahora en adelante no habrá ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gál. 3, 28)". Uno de lso ejemplos más reveladores del mensaje de igualdad y perdón de Jesús lo tenemos en el episodio de la mujer adúltera, cuando uno de sus discípulos le dice: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la la Ley, Moisés nos mandó que a semejantes mujeres las apedreásemos; tú, pues ¿qué dices?.. Quien de vosotros esté sin pecado, sea el primero en apedrearla... quedó solo Jesús, y la mujer de pie en medio. Alzando jesús la cabeza, le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿nadie te condenó? Ella dijo: Nadie, Señor. Dijo Jesús: Tampoco yo te condeno" (Jn. 8, 4-11).


Si la llegada del cristianismo y la predicación del mensaje evangélico contribuyeron a equiparar la relación entre sexos,  incorproando innovaciones sustanciales con respecto a la tradición judía y greco-romana, el lógico devenir de los acontecimientos debería haber supuesto  una evolución progresiva en la condición femenina, plasmada en una mayor emancipación. Pero la lógica d ela inercia no funcionó, pues en los siglos sucesivos se produjo una inversión en esa tendencia emancipadora, una involución con resecto a lo ya avanzado. En ese proceso involutivo tuvo un papel protagonista la Iglesia, entonces en curso de institucionalización, pues a partir del siglo II se constituyó en una iglesia universal, anclada en los patriarcales y jerárquicos esquemas greco-romanos. Esa organización eclesiástica desplazó paulatinamente a las mujeres de los cargos representativos y de los ministerios eclesiásticos hasta dejarlas casi completamente relegadas.


El esquema de valores tradicionales continuó funcionando en los siglos sucesivos, y la smujeres siguieron siendo objeto de discriminación y de violencia como en las etapas anteriores. Así nos lo cuenta San Agustín en el siglo IV-V, a propósito de su madre, Mónica, y de su situación en el hogar: "De tal modo toleró las injurias de sus infidelidades que jamás tuvo con él ninguna riña al respecto, pues esperaba que tu (de Dios) misericordia caería sobre él y que, al creen en ti, se haría casto. Además, era por una parte demasiado cariñoso y por otra extremadamente colérico. Mas ella tenía cuidado de no oponerse a su marido enfadado, ni con los hechos ni con las palabras; y sólo cuando le vaía ya tranquilo y sosegado y lo consideraba oportuno, le hacía ver lo que había hecho, si por casualidad se había excedido en el enfado. Cuando muchas matronas, que tenían maridos más mansos que ella, traían los rostros marcados por las señales de los golpes y comenzaban a murmurar sobre la conducta de ellos en las charlas de amigas, ésta les advertía que una vez firmado el contrato matrimonial, debían saber que ese documento las convertía en esclavas de éstos; y recordando esta condición suya no debían ser soberbias contra sus señores. Ellas se admiraban de que, conociendo lo feroz que era Patricio, no se hubiera sabido ni traslucido nunca que maltratase a su mujer; las que imitaban su ejemplo experimentaban dichos efectos y le daban las gracias; las que no la seguían eran esclavizadas y maltratadas" (Agustín, Confesiones IX, 9, 19). Desgraciadamente esa situación se ha perpetuado hasta la actualidad, y con consecuencias trágicas en demasiados casos, como bien sabemos.


Juana Torres

El Diario Montañés, 29 de noviembre, 2015



Juana Torres es profesora de Filología Latina en la Universidad de Cantabria (UC), directora del Departamento de Ciencias Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras y presidenta de la Sociedad Española de Estudios Clásicos de Cantabria (SEEC).



"La religión en las aulas"

En los últimos días, cercanas las elecciones generales, ha vuelto a los medios de comunicación el tema de la enseñanza de Religión en el sistema público. La polémica, que se refiere a la Religión Católica y no a la Religión en general, no es nueva ni exclusiva de España. Tampoco lo son los argumentos que sostienen la postura a favor, esto es, la legitimidad de esta materia y sus beneficios para el alumnado, y la postura en contra, a saber, que en un estado laico la escuela no es el lugar para la catequesis. El debate, que no por ser antiguo está zanjado, merece una reflexión ajena al clima político.

La Iglesia española tiene todo el derecho a reclamar la enseñanza de la asignatura de religión en la escuela pública. No es la Constitución, como se ha dicho a veces, la que lo ampara, sino un acuerdo entre España y la Santa Sede sobre enseñanza y asuntos de culto, firmado por el secretario de Estado Vaticano, cardenal Villot, y el ministro de asuntos exteriores español, Marcelino Oreja en enero de 1979, que revisaba el muy confesional Concordato de 1953. En el Acuerdo el Estado español reconoce el derecho a la educación religiosa  católica y se compromete a garantizar que se cumpla. Este derecho se traduce en que la religión se incluirá en varios niveles del sistema educativo (todos menos el universitario) en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales, por tanto, como materia evaluable. El Acuerdo establece también que los profesores de Religión serán elegidos por la autoridad académica entre los propuestos por el Ordinario diocesano y formarán parte a todos los efectos del Claustro de profesores de sus centros. Corresponde a la jerarquía eclesiástica fijar los contenidos de la enseñanza y proponer los libros de texto y otros materiales didácticos. La situación económica del profesorado se concertará entre la Administración  Central y la Conferencia Episcopal -los sueldos corren a cuenta del Estado.

El Acuerdo está en vigor y sería necesario rescindirlo para hacer que perdiera efecto. Así pues, la Iglesia demanda lo que le corresponde. Ahora bien ¿es razonable que siga haciéndolo? Creo que no y el motivo fundamental es que el contexto social que justificaba el Acuerdo ha cambiado en este medio siglo de historia. Cuando se firmó, el documento era incluso avanzado para su tiempo. En 1979 España acabab de salir de la dictadura y del nacionalcatolicismo, bajo el cual la Iglesia había disfrutado de enormes prerrogativas, entre ellas en la enseñanza. El Acuerdo hace explícito el principio de libertad religiosa y establece que la Iglesia deberá coordinar su misión educativo con los principios de libertad civil en esta materia. La Religión Católica sería además optativa, lo que suponía un enorme cambio con respecto a la situación durante el franquismo.

Pero lo que en su tiempo fue progresista hoy a dejarlo de serlo. España es un país lacio y escasamente religioso. Aunque de mayoría nominalmente católica (el 72% de la población se declara tal), los católicos españoles no practican: el 61% no va nunca o casi nunca a misa, el 14'6 lo hace todos los domingos y sólo el 2'6 acude varias veces a la semana. El nivel de envejecimiento es alarmante: el 75% de los jóvenes católicos entre 18 y 24 años no es practicante. Se sabe, por otra parte, que son los padres, no los jóvenes, quienes demandan la enseñanza de religión y quienes deciden, por lo menos durante la infancia, si sus hijos asisten a ella. Cuando éstos pueden elegir, pocos la escogen. La asignatura de Religión, tal como se enseña, no interesa. Tras años de perder alumnado, la demanda solo ha aumentado cuando la LOMCE ha hecho que vuelva a contar para la nota media. En este curso 2015 la subida en algunos centros ha llegado al 150%. Los estudiantes saben que en clase de Religión se exige poco y se califica alto.

Se argumenta a favor de la asignatura que es útil para informar a nuestros estudiantes de los valores de la cultura de Occidente y de sus manifestaciones, por ejemplo, en el arte. Pero la cultura de Occidente de ha forjado sobre bases muy variadas y, en lo religioso, no es exclusivamente cristiana. El Judaísmo y el Islam y, antes de éstas las religiones politeístas, en particular las de naturaleza filosófica, han hecho sustanciales aportaciones a la historia de Europa. En el mundo actual, por otro lado, interviene en la construcción de la identidad europea una creciente variedad de religiones, con sus peculiares prácticas, que conviene conocer. En cuanto al contenido histórico-cultural de la asignatura de Religión, como alumna fiel que fui de ésta en mis años de Bachillerato (impartida entonces por sacerdotes) y como profesora hoy de Historia de las Religiones constato que la gran mayoría de los estudiantes católicos que han cursado la asignatura no conocen ni la historia del Cristianismo, ni la simbología religiosa, ni los dogmas fundamentales de su fe, si quiera tienen ideas claras de lo que es la Biblia. Sin embargo, los jóvenes se interesan por el fenómeno religioso, como lo demuestra el buen número de ellos que nutren nuestras aulas de religiones en Grado y Máster.

¿Por qué mantener, entonces, una enseñanza que poco enseña? Entre los varios argumentos esgrimidos estos días en favor de la continuidad se ha dicho que supondría la condena al paro de miles de profesores. Existe una solución, que muchos de ellos acogerían con agrado: ofrecerles una formación en Historia Comparada de las Religiones, en la que el Cristianismo debe tener un lugar relevante. Para ello muchas universidades españolas cuentan con una oferta académica. Ésta sería la oportunidad de transformar la asignatura de moral católica, cuyo currículo, tal y como figura en el BOE, ofende los fundamentos del conocimiento científico, en una materia útil para la sociedad contemporánea y atractiva para nuestros estudiantes.

También, claro está, se pueden (en mi opinión, se deben) rescindir los acuerdos con la Santa Sede y sacar la religión de las aulas, pero éste será un proceso, cuanto menos, largo. Entre tanto, sin grandes tensiones ni más necesidad de recursos, mediante una renovada colaboración entre Iglesia y Estado, podríamos mejorar nuestro sistema educativo.


Mar Marcos

El Diario Montañés, 14 de noviembre, 2015


Mar Marcos es profesora de Historia Antigua y de Historia de las Religiones en la Universidad de Cantabria (UC) y presidenta de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (SECR)