En los últimos días el obispo de Santander, Manuel Sánchez Monje, ha hecho una serie de declaraciones, propiciadas por la enseñanza de la religión en la escuela, en las que denuncia la persecución a la que se ve sometida la Iglesia católica en el mundo y en España, donde el "laicismo" de una sociedad "atea y secularizada", que ve a la religión "con ojos torcidos", pretende apartarla de la vida pública. Un hecho que denuncia con frecuencia la jerarquía eclesiástica, pero llaman la atención la insistencia y la dureza con que se expresa nuestro casi recién nombrado obispo.
Esta tribuna tiene como objeto reflexionar, a partir de alguna cifras y de mi experiencia como profesora de Historia del Cristianismo en el ámbito universitario, acerca del lugar que hoy ocupan en el mundo y en la sociedad española el sentimiento religioso y la religión católica para medir hasta qué punto el sentimiento de persecución de la Iglesia española es hoy verosímil.
El barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) de abril de 2015 indica que el 71'8 % de la población española se declara católica, el 2% creyente de otra religión, el 14'5 % no creyente y el 9'8 % ateo/a. Por tanto, en la actualidad la Iglesia cuenta con un altísimo número de fieles, más de dos tercios de la población. De estos, el 61'6 % no va casi nunca a misa, el 14'6 % lo hace casi todos los domingos y sólo un 2'6 % acude varias veces a la semana. En todos los casos, tanto de creyentes como de practicantes, la mayoría son mujeres. Por ejemplo, entre los que van a misa todos los domingos las mujeres duplican a los hombres (18'6 frente a 9'8). Si observamos los resultados del barómetro por franjas de edad, el porcentaje de los que se declaran católicos entre 18 y 24 años es de 52,4 %; entre 25 y 34 del 56'1 y así en aumento hasta la franja de 65 años de edad y más, que llega hasta el 89'3 %. La tendencia es similar en la frecuencia de asistencia a misa: el procentaje que no acude 'casi nunca' entre 18 y 24 años es de 74'4%, mientras que entre los 65 y más años es de 41'7. Los ateos, por su parte, suponen menos del 10 % de la población, aunque habría que sumar a ellos el procentaje de lo que el CIS califica de 'no creyentes', pues no se ve la diferencia entre unos y otros. Pues bien, aún en ese caso, la Iglesia sigue contando con una aplastante mayoría de miembros.
El problema que tiene hoy la Iglesia no es que reine la increencia en España, ni que una mayoría de ateos y laicistas le impida tener peso en la sociedad, ni que el Estado le haya privado de los derechos adquiridos a lo largo de los siglos (presencia en instituciones públicas y actos protocolarios, participación en la enseñanza pública, influencia en la legislación, prerrogativas fiscales), sino que sus fieles han dejado de ser religiosos.
Veamos brevemente lo que ocurre con la religiosidad en el mundo. Un estudio de WIN/Gallup Internacional publicado el mismo mes de abril de 2015 revela que no hay pérdida del sentimiento religioso a nivel global (dos terceras partes de la población global se declaran religiosos), y esa tendencia es creciente, de manera que se calcula que en 2050 el número de ateos se reducirá enormemente. Los menos religiosos hoy son los chinos, con un 61 % de ateos declarados, y los más religiosos los tailandeses, con un 94 %, seguidos por los armenios, con un 93%, que son de mayoría cristiana. Los menos religiosos son los europeos occidentales, con un 51% de no creyentes. La tendencia en Europa es que a mayores ingresos, educación y edad, mayor ateísmo; a menor formación, mayor religiosidad. A nivel global, las personas que carecen de educación son las más religiosas (80%), pero la gente religiosa es mayoría en el mundo en todos los niveles sociales y educativos.
El nivel de religiosidad en España está muy por debajo del mundial y también del europeo. Se pordrá objetar que declararse católico es un hecho social y que no es lo mismo que ser una persona religiosa, o incluso que ser creyente. Pero un informe de la Fundación Pluralismo y Convivencia y del Laboratorio de Investigación Social de la Facultad de Sociología de la UCM publicado en 2013, que ha preguntado por la cuestión de las creencias y su práctica, establece que en España el 37% se declara creyente no practicante, el 31% creyente practicante y el 31% ateo, agnóstico o indiferente. Casi el 70% son creyentes.
Así pues, a la Iglesia católica en España le ocurre algo: que lo que enseña en la catequesis y en la escuela y lo que demanda y ofrece a sus fieles no es hoy interesante para éstos. Doy clase de Historia del Cristianismo y de las Religiones Antiguas a estudiantes universitarios, materias que cuentan siempre con una alta demanda; la religión, por tanto, interesa. Muchos de mis estudiantes han cursado religión en la escuela durante varios años y prácticamente todos han hecho la primera comunión. Y en cada inicio de curso me asombro de lo poco que saben, no sólo de historia del cristianismo (nada) sino de sus dogmas básicos. Se entiende el porqué de esta ignorancia cuando se lee el programa de la asignatura de religión que debe impartirse en la escuela. Ninguno de mis alumnos ha leído la Biblia, ni tan siquiera el Nuevo Testamento. Nadie sabe quiénes son los Corintios que menciona el sacerdote en sus lecturas, ni cuáles son las exigencias mínimas de su fe, esto es, las creencias que se esperan de un católico.
Tal es su precariedad, que la Iglesia hoy no exige nada a sus fieles, ni tan siquiera acudir a misa. Quizás esta falta de exigencia de compromiso vaya en su contra. Ya San Agustín se admiraba de lo fácil que era hacerse cristiano y del escaso nivel de conocimientos que la Iglesia requería para ser bautizado. Las cosas no han cambiado en la actualidad.
La Iglesia católica, por lo menos en Europa y en España, ha perdido, además de la exigencia intelectual, el fuerte compromiso social que la caracterizó en sus orígenes, el proyecto de una fraternidad universal sin distinción de razas y orígenes, donde estuvieran incluidos judíos y gentiles, ricos y pobres, libres y esclavos. Todos los vivos y todos los muertos. Y también las mujeres. Con estas últimas, sus más fieles seguidoras, la Iglesia tiene un deber de reconocimiento especial nunca cumplido.
En vez de culpar a responsables externos (secularistas, ateos y perseguidores de distinta índole), la Iglesia española debería reflexionar sobre su propio fracaso y recuperar una cierta altura filosófica y moral, a la vez que un proyecto social con el que simpatizarala gente religiosa, esa mayoría de hoy, y empezar a asumir con espíritu crítico su propio pasado y su presente historia. La recomendación del obispo de nuestra diócesis a los profesores de religión ('evangelizad con alegría') no es suficiente.
Mar Marcos, profesora de Historia en la Universidad de Cantabria y presidenta de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (SECR)
El Diario Montañés, XI de octubre de 2015
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