jueves, 22 de octubre de 2015

"Carlos, rey emperador", entre la espada y la pared

Los "Tres Grandes" de la geopolítica europea del Renacimiento

Resumen de audiencias

La serie ha bajado nuevamente, esta vez a un 11'7% de audiencia. No es una gran catástrofe si tenemos en cuenta las cifras por dónde nos solíamos mover. La semana anterior repuntó su expectación a causa del partido de la selección española, que produjo un efecto "arrastre", de tal manera que, quienes lo estuvieron viendo, decidieron no cambiar de canal. Pero ayer, efectivamente, volvimos a las antiguas tendencias: "La Voz Kids" vuelve a tocar techo con un 27% máximo de espectadores, lo cual ya no durará mucho pues el programa finalizará su edición esta semana o la siguiente, y en tal caso habría que ver qué elegiría Telecinco para remplazarlo en el competitivo de los lunes; Antena 3 gana otra vez la medalla de plata del segundo puesto del Prime Time con "El Hormiguero" y su sesión de cine de noche,  "Redención" (15 y 14%). Parece que lo que funciona en cadena no es sino el efecto señalado antes, la estrategia de poner primero programas de relleno/entretenimiento con buenas cuotas de share y dejar las películas u otros programas que usualmente alcanzan peores resultados detrás, para "arrastrar" la audiencia. Y es que, en general, las películas que se emiten por televisión no suelen disfrutar de resultados tan decentes, al igual que algunas series ("Año Uno" de La Sexta rozó el 7% habitual para estos casos), teniendo en cuenta que la mayoría de las veces no son estrenos y los títulos cinematográficos se repiten de una cadena a otra, a veces, con excesivo abuso. Más abajo quedaron "Rabia"y "Gym Tony", las propuestas de Cuatro, con resultados del 4-5%.  Tanto estas series como "Carlos" se acercan ya al ecuador de su emisión y, por lo general, muestran tendencias descendentes a pesar de que las tramas se intensifican. La razón es que el entretenimiento en una serie puede tardar en llegar y que, cuando lo hace, la complejidad y los giros dramáticos parecen ahuyentar al espectador español. 

                              Review del capítulo


Carlos: "¿Dónde está Adriano, que quiero darle un abrazo?"

Carlos, el Emperador









Carlos desembarca en España tras la Dieta de Worms, orgulloso de ser el emperador de Europa. Ha cometido algún tropiezo del que se arrepiente, como dejar libre a Lutero, pero al menos ha demostrado benevolencia a los príncipes alemanes y se ha ganado su respeto, un paso más para mantener la paz en el imperio. Pero ¡ojo! que la Iglesia se la tiene "muy cruzada" a Carlos: después de ser ejecutados los tres caudillos comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, y con María Pacheco desaparecida de escena, el siguiente batacazo llega con la condena del obispo de Acuña ¡nada menos!, un traidor que recaudaba dinero de los fieles para sufragar la revuelta. Carlos se muestra cauto: no es competencia suya juzgar a un clérigo, más bien eso lo debería criticar un tribunal eclesiástico, aunque, por otro lado, no deja de ser delito económico. Y lo que es peor, si se entera Roma de que un señor laico condena a muerte a un eclesiástico... pues no digamos. Su prioridad es no enfrentarse al papado, pues sigue siendo un baluarte contra Francia, y en caso de guerra, le puede apoyar con hombres y suministros, porque Francia se ha acercado al Milanesado y lo que menos le apetece al colegio de cardenales es que su "ciudad santa" sea asediada por sed de territorios. El otro punto de fricción es el ducado de Borgoña, que en teoría, por derecho dinástico, le pertenece a Carlos, pero, claro, está en territorio francés, y Francisco dice que donde no le llegue el pie a Carlos, él pone la mano. Lo que hace falta es que desde Roma  se vea que Francia es un foco de inestabilidad para el conjunto de Europa, un enemigo de la paz. De esa manera no cabría duda de las "buenas" intenciones de Francisco y estaría más que justificada la alianza entre Roma y el imperio, aunque la situación es delicada, ya que la Iglesia pretende ser neutral y es contraria a un enfrentamiento entre cristianos. 

Pero el papa muere y el candidato es Adriano, el mentor del rey hispánico, quien hubiera deseado no optar a tal autoridad, sólo por las intrigas y asperezas que conlleva estar en cátedra entre soldados y cardenales. No pudiendo rechazar, parte a Roma de inmediato sin ni siquiera esperar a que amanezca. A la mañana siguiente Carlos entra magnánimo en palacio, y hete aquí esta risueña frase "¿dónde está Adriano, que quiero darle un abrazo?", ante el inminente rostro de desgracia del Duque de Alba y su otro consejero, quienes no pueden objetar razones para el indecoro de Adriano. Acto seguido, el tema de los comuneros: los principales impulsores ya son cadáveres en tumba, pero queda el obispo de Acuña, al que, por alguna razón, se le ejecuta a "garrote vil", y por otro lado, el resto de seguidores. Carlos perdona la culpa para tranquilizar sus conciencias y borrar de la memoria el episodio, aunque no privará de pena de muerte después. Piensa que hay que cortar de raíz la mala hierba, como le advertía en su día el difunto Chiévres, porque si se da la imagen de una España pacificada, a nadie se le ocurrirá jamás volver a prender fuegos de discordia. María Pacheco, la única excepción,  logra escapar a la frontera portuguesa donde Juan y Leonor le aseguran protección y anonimato,  a menos que ella vuelva a propiciar venganzas. Ambos, rey y reina, deberán andarse con mucho ojo, ya que Carlos tasa a buen precio su cabeza y no conviene que por una rebelde se mancillen tan buenas relaciones en la Península.

"O César o nada": Isabel y Leonor

Isabel de Portugal

                                                       
Leonor de Austria
                                                                                     
Isabel de Portugal es la mujer que espera paciente a que le llegue su momento. Ella quiere ser la emperatriz sí o sí. No ve con tan buenos ojos que su madrastra, Leonor, tenga la misma edad que ella, pero en el capítulo, en vez de mostrarle rencor, apoya a ésta en el momento en que pare a su hijo, el cual no se sabe si será del difunto Manuel o de su hijo Juan. Por un giro del destino, el hijo de Leonor resulta ser niña, y por lo tanto no puede quedarse en la corte portuguesa, como su esposo le había advertido, sino que tendrá que volver con su hermano Carlos a España, tanto el bebé como su madre. Además, Leonor vuelve a ser reubicada para un nuevo matrimonio, respetándose las capitulaciones. La hermana menor de Carlos, Catalina, recluida junto a su madre, pasará a casarse con Juan, respetándose la legitimidad del rey portugués fallecido, y  Leonor con el Duque de Borbón (si mal no recuerdo).  Así, Isabel ya tiene vía libre para casarse con Carlos, como era su deseo, y la paciencia tiene su merecida recompensa. Menos contenta está Leonor, que se siente como un títere en manos de su hermano, una simple estrategia política con la jugar cuando las condiciones lo aconsejan, y no podía ser menos que hasta le escupa en su propia cara por jugar a ser Dios...

Adriano: "Roma será  independiente del Imperio"

Adriano de Utrecht (Adriano VI)
El mentor de Carlos partió con preocupación a Roma tras recibirse la noticia en España de su nombramiento como pontífice. Al poco tiempo de tomar posesión, conoce a su sucesor, el futuro papa Clemente VII, quien se muestra como su más leal amigo, lo que al final parece haber sido un sucio truco barato. Clemente dice haber apoyado su candidatura, pero sin que transcurra mucho tiempo, se extiende la noticia de una plaga de peste en la ciudad de los cardenales, de origen extraño y repentino. Ningún otro más que Clemente se lo comunica a Adriano, y el desenlace nos hace sospechar de sus verdaderas intenciones: Clemente envenenó la copa de vino de Adriano ya que no pudo evitar ponerse al servicio del emperador por circunstancias de peso, y ante todo, Roma no se subordina más que ante Dios. De esta forma, Clemente no sólo complace las aspiraciones generales de los cardenales, sino que, a pesar de traidor, por su cercanía a Adriano, lo ven como el mejor sucesor posible. Un plan muy bien organizado desde el principio.

Catalina y Cortés: "Tenéis al demonio dentro de vos"

Hernán Cortés

Cortés y Catalina

Cortés comienza a edificar la villa de Veracruz sin saber que Catalina, su mujer, viene de camino. Ella queda perpleja al ver que su marido le pone los cuernos con la india Malinche, y que para más irritar las cosas, encima ha tenido un hijo con esta "salvaje". A la Malinche tampoco le agrada ver que Cortés no se conforma con una, y viendo que Catalina puede ser fuente de malas infuencias, le da la razón diciéndola que le pasa algo, como si de repente estuviera endemoniado por la avaricia y la sed de poderes. Malinche es la mejor baza de Cortés para tener sumisos a los indígenas y la utiliza como instrumento político, más que nada, además de que él es el continuador, por así decirlo, de la voluntad de Monctezuma, y la unión de las dos culturas, como ambo querían, tiene su más claro reflejo en el niño concebido por Cortés y Malinche. Pero ésta, inteligente, pretende que se vuelva en contra de Catalina, y para eso le mete a Cortés en la cabeza que él es como un dios viviente. Cegado por eso y por su nombramiento como gobernador de las Españas, habiendo conseguido su deseo de apartar de ahí al lerdo de Velázquez, celebra una fiesta y, medio beodo, discute con Catalina hasta que el forcejeo termina con la muerte de ésta. Así consigue Malinche su objetivo de tener para ella sola a Cortés. El papel de esta mujer es el de una esclava vendida por su madre que, de alguna manera discreta, busca resarcirse y ascender en la escala social, pero eso le sería imposible si Catalina continuase como esposa legal de Cortés, por lo que eliminarla era su mejor opción, y para eso lo hizo con "lengua de serpiente". Habrá que ver si la misma Malinche no acaba llevando a Cortés a su perdición, y de paso a ella misma, ya que de ahora en adelante, si cae Cortés, cae Malinche. 

Francisco: "¡Maldita sea! ¿¡Qué mal he hecho yo para merecer a Carlos!?"

Francisco I
Francisco se prepara para la batalla de Pavía, pero para su desgracia, no puede vérselas con su oponente en el campo de batalla, ya que Carlos dirige la guerra desde España. Los monarcas franceses tenían gran apego a las tradiciones e incluso los nobles, no ya los reyes, se prestaban como soldados para la batalla, lo cual en España dejó de seguir gustando a partir de Felipe II en adelante. Y es que a Francisco le hacían falta unas buenas sesiones de esgrima con la espada, porque como vemos, no sale de su alcoba, así que no es de extrañar que le acaben pillando medio muerto. Se le había olvidado pelear a la antigua usanza.

¿Qué pasará...?

En el siguiente capítulo es probable que empiecen los preparativos para casar a Carlos con Isabel, y que Cortés acabe muy afectado por el asesinato de Catalina, hasta tal punto que se tambalee su relación con Malinche y sus propios hombres, y cómo no, que su nuevo cargo de gobernador sea más de palabra que de hecho... Y, por supuesto, a ver cómo reacciona Clemente VII y cómo se toma Carlos la muerte de Adriano. Por otro lado, no nos olvidemos del pobre Francisco, que por fin, de una vez por todas, tendrá el privilegio de verle la cara a su archienemigo declarado. Además, habrá que ver cómo arreglan los tratados entre la derrotada Francia y España.





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