lunes, 30 de noviembre de 2015

"La religión en las aulas"

En los últimos días, cercanas las elecciones generales, ha vuelto a los medios de comunicación el tema de la enseñanza de Religión en el sistema público. La polémica, que se refiere a la Religión Católica y no a la Religión en general, no es nueva ni exclusiva de España. Tampoco lo son los argumentos que sostienen la postura a favor, esto es, la legitimidad de esta materia y sus beneficios para el alumnado, y la postura en contra, a saber, que en un estado laico la escuela no es el lugar para la catequesis. El debate, que no por ser antiguo está zanjado, merece una reflexión ajena al clima político.

La Iglesia española tiene todo el derecho a reclamar la enseñanza de la asignatura de religión en la escuela pública. No es la Constitución, como se ha dicho a veces, la que lo ampara, sino un acuerdo entre España y la Santa Sede sobre enseñanza y asuntos de culto, firmado por el secretario de Estado Vaticano, cardenal Villot, y el ministro de asuntos exteriores español, Marcelino Oreja en enero de 1979, que revisaba el muy confesional Concordato de 1953. En el Acuerdo el Estado español reconoce el derecho a la educación religiosa  católica y se compromete a garantizar que se cumpla. Este derecho se traduce en que la religión se incluirá en varios niveles del sistema educativo (todos menos el universitario) en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales, por tanto, como materia evaluable. El Acuerdo establece también que los profesores de Religión serán elegidos por la autoridad académica entre los propuestos por el Ordinario diocesano y formarán parte a todos los efectos del Claustro de profesores de sus centros. Corresponde a la jerarquía eclesiástica fijar los contenidos de la enseñanza y proponer los libros de texto y otros materiales didácticos. La situación económica del profesorado se concertará entre la Administración  Central y la Conferencia Episcopal -los sueldos corren a cuenta del Estado.

El Acuerdo está en vigor y sería necesario rescindirlo para hacer que perdiera efecto. Así pues, la Iglesia demanda lo que le corresponde. Ahora bien ¿es razonable que siga haciéndolo? Creo que no y el motivo fundamental es que el contexto social que justificaba el Acuerdo ha cambiado en este medio siglo de historia. Cuando se firmó, el documento era incluso avanzado para su tiempo. En 1979 España acabab de salir de la dictadura y del nacionalcatolicismo, bajo el cual la Iglesia había disfrutado de enormes prerrogativas, entre ellas en la enseñanza. El Acuerdo hace explícito el principio de libertad religiosa y establece que la Iglesia deberá coordinar su misión educativo con los principios de libertad civil en esta materia. La Religión Católica sería además optativa, lo que suponía un enorme cambio con respecto a la situación durante el franquismo.

Pero lo que en su tiempo fue progresista hoy a dejarlo de serlo. España es un país lacio y escasamente religioso. Aunque de mayoría nominalmente católica (el 72% de la población se declara tal), los católicos españoles no practican: el 61% no va nunca o casi nunca a misa, el 14'6 lo hace todos los domingos y sólo el 2'6 acude varias veces a la semana. El nivel de envejecimiento es alarmante: el 75% de los jóvenes católicos entre 18 y 24 años no es practicante. Se sabe, por otra parte, que son los padres, no los jóvenes, quienes demandan la enseñanza de religión y quienes deciden, por lo menos durante la infancia, si sus hijos asisten a ella. Cuando éstos pueden elegir, pocos la escogen. La asignatura de Religión, tal como se enseña, no interesa. Tras años de perder alumnado, la demanda solo ha aumentado cuando la LOMCE ha hecho que vuelva a contar para la nota media. En este curso 2015 la subida en algunos centros ha llegado al 150%. Los estudiantes saben que en clase de Religión se exige poco y se califica alto.

Se argumenta a favor de la asignatura que es útil para informar a nuestros estudiantes de los valores de la cultura de Occidente y de sus manifestaciones, por ejemplo, en el arte. Pero la cultura de Occidente de ha forjado sobre bases muy variadas y, en lo religioso, no es exclusivamente cristiana. El Judaísmo y el Islam y, antes de éstas las religiones politeístas, en particular las de naturaleza filosófica, han hecho sustanciales aportaciones a la historia de Europa. En el mundo actual, por otro lado, interviene en la construcción de la identidad europea una creciente variedad de religiones, con sus peculiares prácticas, que conviene conocer. En cuanto al contenido histórico-cultural de la asignatura de Religión, como alumna fiel que fui de ésta en mis años de Bachillerato (impartida entonces por sacerdotes) y como profesora hoy de Historia de las Religiones constato que la gran mayoría de los estudiantes católicos que han cursado la asignatura no conocen ni la historia del Cristianismo, ni la simbología religiosa, ni los dogmas fundamentales de su fe, si quiera tienen ideas claras de lo que es la Biblia. Sin embargo, los jóvenes se interesan por el fenómeno religioso, como lo demuestra el buen número de ellos que nutren nuestras aulas de religiones en Grado y Máster.

¿Por qué mantener, entonces, una enseñanza que poco enseña? Entre los varios argumentos esgrimidos estos días en favor de la continuidad se ha dicho que supondría la condena al paro de miles de profesores. Existe una solución, que muchos de ellos acogerían con agrado: ofrecerles una formación en Historia Comparada de las Religiones, en la que el Cristianismo debe tener un lugar relevante. Para ello muchas universidades españolas cuentan con una oferta académica. Ésta sería la oportunidad de transformar la asignatura de moral católica, cuyo currículo, tal y como figura en el BOE, ofende los fundamentos del conocimiento científico, en una materia útil para la sociedad contemporánea y atractiva para nuestros estudiantes.

También, claro está, se pueden (en mi opinión, se deben) rescindir los acuerdos con la Santa Sede y sacar la religión de las aulas, pero éste será un proceso, cuanto menos, largo. Entre tanto, sin grandes tensiones ni más necesidad de recursos, mediante una renovada colaboración entre Iglesia y Estado, podríamos mejorar nuestro sistema educativo.


Mar Marcos

El Diario Montañés, 14 de noviembre, 2015


Mar Marcos es profesora de Historia Antigua y de Historia de las Religiones en la Universidad de Cantabria (UC) y presidenta de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (SECR)




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